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De la cárcel a la ley: redundancia del encierro

Columna de opinión por Fabio Seleme (*)

La ley, de cuya promulgación se cumplieron 50 años, es una ley económica, interpretada y comprendida generalmente en clave geopolítica. Pero también es posible una lectura biopolítica, en tanto la ley y toda la diseminación normativa en el subrégimen de promoción industrial, ha tratado indiscutiblemente de la administración de la vida de una población sobre un territorio.
Y toda ley que administra vida es, en un exigido sentido último, una ley genética. Bajo esa perspectiva distorsiva es posible, entonces, perturbar al objeto que queremos exponer.
Digamos, por lo tanto, que la ley que es génesis de la realidad actual de Tierra del Fuego tiene, como todas, un número, pero se la verbaliza socialmente con una misteriosa trinidad de cifras: 19-6-40. Esa multiplicidad en el apelativo con que la ley se nombra casi religiosamente entre nosotros muestra, tal vez involuntariamente, una condición propia de toda génesis: la falta de unidad y su disociación consustancial. En la génesis la genética genera a partir del gen: produce un efecto inaugural a partir de una serie de información hereditaria. Así toda génesis es principio y al mismo tiempo repetición y todo origen consiste en traer un acto pretérito para restituirlo en su novedad. Quizá esta condición dual de la génesis, que se dirige tanto hacia el futuro como hacia el pasado, explica el carácter hendiente y atravesante de toda ley constitutiva que conlleva el mandato de ser algo novel y distinto, en simultáneo con el imperativo de replicar lo mismo e idéntico.
En este espectro traumático hay que traslucir también los efectos de la Ley 19.640. Para esto es necesario notar especialmente que la ley que crea la zona franca en Tierra del Fuego fue promulgada por Lanusse, pero no de la nada. Venía a sustituir toda una serie de normativas previas de promoción fiscal, con origen en el Decreto Ley 10.991 de 1956 firmado por Aramburu, por el cual se delinearon modificaciones y adecuaciones al área aduanera especial al sur del paralelo 42, la que había sido establecida años atrás por el Decreto 3824 de 1945. Este Decreto de promoción económica era el elemento previo para realizar la finalización de la política de colonización penal que concretaría el peronismo en 1947, con el cierre de su institución más emblemática: el presidio de Ushuaia, creado dentro del proyecto “Colonia Penal al sur de la República” formulado, apenas se fijaron los límites con Chile en la isla a finales del siglo XIX, bajo el liderazgo del presidente Roca y con la autoría intelectual de Eduardo Wilde.
Así, no es difícil trazar una línea de continuidad de la cárcel a la ley por un rastro de sustituciones y encadenamientos que permiten llegar de una a otra a través de los sucesivos estados de excepción, descifrables en por lo menos tres pautas iniciales por donde podríamos empezar a leer un genoma: lo geográficamente vacío e inhóspito como justificación, la utilización de los excedentes sociales como solución y la redundancia del encierro como dispositivo.
Casi cien años después de Wilde los redactores del proyecto de la 19.640 hablan de la actualidad y permanencia de las difíciles condiciones de vida, económicas y de desarrollo por la problemática localización austral extrema y la situación insular. Esta permanencia inmutable de las condiciones problemáticas después de tanto tiempo podría entenderse como un fracaso de estas políticas, sin embargo, oficia como la justificación más nítida (y casi la única) para continuar con el régimen de promoción. Reverbera resonante en este fundamento continuo la idea de “desierto” de Juan Bautista Alberdi como el “más allá” de la frontera interna. “Desierto enemigo de América” que crea esa zona difusa, inherentemente ajena, a la que solo el poblamiento puede aplicarle la fecundidad soberana de gobierno.
Y así como hay una continuidad justificatoria de la cárcel a la ley, también hay una continuidad conceptual en el recurso a utilizar contra el desierto. Pero al problema alberdiano del desierto y la solución alberdiana de poblarlo no le vino a corresponder como insumo aquella inmigración con que soñaba Alberdi capaz de traer «el espíritu vivificante de la civilización europea». Con un espíritu más moderno y productivista, en Tierra del Fuego no se usó lo que se entendía como lo mejor foráneo, sino que se utilizó lo peor del sí mismo: a partir de la colonización penal, el preso, a partir de la colonización industrial, el desocupado.
Del preso al desocupado la empresa del poblamiento exhibe uniformemente una voluntad valorativa del residuo social, en tanto luce clara la intención del aprovechamiento del excedente poblacional. El preso es confinado y desterrado obligadamente, el desocupado voluntariamente llamado al servicio como «ejército de reserva» (para ponerlo en términos de Marx) con el incentivo del acceso al salario.
Las diferencias son apenas de forma: los presidios ya determinaban a todo Tierra del Fuego como una zona franca ya que en muchos sentidos algunos funcionaron como una institución de puertas abiertas que territorializaba a la isla como un área sin todos los alcances del control legal, pero la zona franca también es un presidio tras un muro fiscal que mantiene cautivo ciertos beneficios y prebendas.
Como sea, en ambos casos el estado nacional se autolimita tácticamente para tener presencia estratégica. Se trata en ambos casos de una operación de «sustracción» o “autosustracción” que viene a forzar una «radicación» con la expectativa del desarrollo de una población «voluntaria». Este concepto es el que Wilde expresa en los fundamentos del primer proyecto con claro optimismo diciendo que “de la Colonia Penal a la colonia espontánea hecha sin esfuerzo y nacida, puede decirse, a expensas del desenvolvimiento de aquélla, no hay más que un paso”. La utopía de surgimiento de un “estar” voluntario a partir de un “estar” forzado, resulta de este modo la idea fundacional y el “a priori” de Tierra del Fuego y también, por tanto, la condición de lo “fueguino”.
Se trata de un a priori estructurado a partir de una economía de excedentes. Excedentes territoriales tratados con excedentes sociales, a partir de dispositivos de encierro. Excedentes territoriales marcados históricamente desde el discurso “sarmientino” como principio del mal nacional, intervenidos con excedentes sociales que encarnan, a su vez, la maldad política, a partir de lo cual debería desenvolverse vida nueva. La mejor metáfora de esta idea de autoproducción impuesta, fueron los mismos presos que a partir de 1902, con la mayoría de los materiales extraídos del propio lugar de emplazamiento, realizaron la construcción del edificio donde recibirían el castigo por sus delitos. La provincialización es otra metáfora del mismo tipo, donde un conglomerado social, constituido mayoritariamente por desplazados por razones laborales, crea una institución política administrativa a partir de la escritura de una constitución, sin la preexistencia de una base material previa para ese fin.
De este modo, la idea de que un dispositivo de encierro (que de por sí es la negación de la libertad) pueda generar una colonización espontánea (que esencialmente es un desarrollo libre) es la contradicción que estructura la verdad de la producción de vida en Tierra del Fuego. Se trata de un tipo de economía circular biodigestora que busca hacer Patria como un reciclaje de remanentes en condiciones de confinamiento.
Entender en profundidad este dispositivo del que hablamos, sin embargo, requiere no perder de vista el hecho de que la colonización penal e industrial de Tierra del Fuego supone la conquista de una isla. Es necesario tenerlo en cuenta porque semánticamente un encierro superpuesto a la geografía de una isla implica algo del orden de una doble negación de la libertad. Un exceso también de encierro que trata de un encierro artificial (penal o fiscal) en otro encierro natural.
Pero esta doble negación de la libertad en ningún caso significa una duplicación de la pérdida, sino una misma pérdida experimentable en dos fases invertidas: la represiva legal y la desublimada perversa. Con acción externa coercitiva o con permisiva ausencia de coacción. Desamparo amurallado en la colonización penal, donde el primer cerco es el presidio y el segundo la isla o, a la inversa, encierro a cielo abierto en la colonización industrial, donde el primer límite es la isla y el segundo la zona aduanera especial. Ejemplo del efecto del doble encierro son los casos de reos fugados del presidio que al cabo de un tiempo vuelven a la prisión porque las condiciones afuera son peores que adentro. El ejemplo al revés: el consumo paradójico y paradigmático de vehículos con restricción de salida o la defensa proletario/gremial de los beneficios a las patronales para el sostenimiento de las industrias instaladas.
Así, la doble negatividad del doble encierro es la forma en que se fuerza a la vida a aparecer. Este dispositivo inscribe la obligación de ser aquí, por imposición externa directa y por imposibilidad de alternativas. Estos son los parámetros con los que la vida es inducida en Tierra del Fuego como una singularidad local con características microsociales que siguen pendientes de estudio.
Lo cierto es que la cuestión del encierro como a priori de la autoproducción es aquí, en Tierra del Fuego, de profundo enraizamiento. Tan profundo que no solo permite unir nuestra historia en retrospectiva desde la ley hasta la cárcel, sino que también la deja empalmar con el imaginario ancestral selknam para quienes, notablemente, el encierro también representó míticamente la precondición para habitar este lugar. Así se aprecia en el mito del héroe cultural Táiyin que libera al pueblo selknam del yugo de la perversa Taita, que sometía a la gente prohibiéndole nada más y nada menos que el acceso al agua. Táyin, diestro en el manejo de la honda, la mata y el agua que antes restringía Taita ahora queda irreversiblemente contamina con su sangre derramada. Entonces Táiyin inicia una segunda acción heroica y lanza hacia los cuatro puntos cardinales grandes rocas para abrir fuentes de agua pura y potable. Y lo consigue, pero también crea con esos lanzamientos de rocas rajaduras enormes formando lo que conocemos hoy como el estrecho de Magallanes y el canal de Beagle. Táiyin hace a esta tierra un encierro insular al completar el acto de emancipación y determina a la desconexión como la condición para estar y habitar en este lugar.
(*) Secretario de Cultura y Extensión de la UTN-FRTD

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