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Palabras de Mottet para los 60 años de la Base San Martín

El Profesor Doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales don Jorge Julio Casimiro Mottet, fue también Teniente Coronel de Infantería y Montañés del Ejército Argentino y Segundo Jefe de la “Primera Expedición Científica Argentina a la Antártida Continental”, comandada por “EL SAN MARTIN DE LOS ANTÁRTICOS”, general de División don HERNÁN PUJATO, aventura en cuyo marco aquél 21 de marzo de 1951, fundaron la Base Antártica San Martín, Primer Base Continental Polar Argentina y por entonces la Más Austral del Mundo, que este domingo cumple 70 años de existencia.

Hace diez años, Mottet se refería a los sesenta años de vida de la histórica estación antártica argentina con estas palabras:

¡Que emoción tan profunda dirigirles la palabra en este acto!

Hace 60 años en un día como hoy en la Antártida continental argentina, a 187 kilómetros al sur del circulo polar, el entonces Coronel Hernán Pujato, alma y nervio de una epopéyica patriada, dejaba inaugurada la Base General San Martín. Esa fue la primera base argentina en ese helado continente, también conocido como la última frontera del mundo. Estoy seguro que el eco de las vibrantes y emotivas palabras del estoico Coronel todavía resuenan entre los eternos glaciares que circundan la zona.

Como segundo jefe de la expedición me cupo el altísimo e inolvidable honor de izar por primera vez, con carácter de permanencia, el pabellón patrio que se elevo majestuoso en el imponente ámbito de los hielos eternos.

Una escritora argentina, Susana Rigoz aquí presente, autora de la única biografía sobre Pujato, escribió que nada intimido ni al jefe ni a los participantes, ni lo riesgoso de la empresa como tampoco la incomprensión de sus conciudadanos. Sin claudicar fueron superando uno a uno los inconvenientes. El jefe de la expedición sabía que la acción puede mucho más que las palabras y no se amedrento ante el cúmulo de objeciones que se le fueron presentando.

Fuimos ocho expedicionarios que invernamos en ese rincón de la patria tan desconocido entonces. Además, sabíamos que fundaríamos lo que seria la base más austral del mundo, lo que equivale decir que ningún otro ser humano habitaría más cerca del polo sur.

El tiempo transcurrido y los precios científicos y técnicos hacen que lo que digo no refleje la magnitud que tuvo en aquellos lejanos días. Nuestra comunicación con la familia y el resto del mundo estuvo limitada a la radiotelegrafía, no a la palabra hablada, por medio de telegramas comunes que pagamos como si viviéramos en una ciudad.

Tampoco dispusimos de comodidades y creo que no las necesitamos. Como ejemplo diré que nuestros muebles fueron cajones vacíos y la única música disponible provenía de un fonógrafo a cuerda que me pertenecía y con el que todos los días, puntualmente, a las seis y treinta de la mañana tocaba Diana con la marcha de San Lorenzo.

Todos los miembros de esa patriada ya han emprendido el viaje sin retorno, menos yo. Porque Dios así lo quiso soy el único sobreviviente.

Remarco que la nuestra fue una misión esencialmente patriótica. Entre muchas cosas lo prueba el hecho que en momentos políticos difíciles para el país lo único simbólico que llevamos fue un cofre de bronce con tierra extraída en Yapeyú, del solar natal de nuestro prócer máximo, general Don José de San Martín. También llevamos una imagen de la virgen de lujan, donada por los doctores Carlos Jorge Pérez Companc, que amparo toda nuestra estadía.

Por razones de tiempo no puedo hacer una reseña cronológica de los días que precedieron a la partida del Santa Micaela. Sin embargo, recalco que nuestra marina de guerra estaba imposibilitada de asumir el traslado de la  dotación y sus pertrechos; eso significaría la postergación por tiempo indefinido del viaje de la expedición. Pujato y yo sabíamos que eso era el final de la empresa.

Es mi deber y obligación evocar a quienes hicieron posible ese traslado cuando la expedición había sido condenada al fracaso aun antes de haber dejado el puerto de Buenos Aires.

Ellos fueron los doctores Carlos y Jorge Pérez Companc, ya fallecidos, quienes en un noble gesto y con un patriotismo y desinterés que estaba lejos de ser lo común en esos días, como tampoco ahora, proporcionaron el Santa Micaela al que adaptaron para el temerario viaje. Además, lo dotaron con la mejor tripulación posible al mando del más experimentado capitán de ultramar, todo ello sin cobrar absolutamente nada.

Nunca olvide ni olvidaré cuando ambos caballeros, luego de escuchar mi pedido que suena como decirles “llévenos al sur del circulo polar, a mares donde han fracasado famosos exploradores polares y no se les podrá pagar”, me contestaron: “Capitán, sus problemas se han terminado. Nosotros los vamos a llevar y no vamos a cobrar nada por eso”.

Ambos tenían fe en Dios e intuían que no fue por simple casualidad que yo llegara a ellos con un pedido tan insólito. Los preparativos previos fueron frenéticos. La selección del personal no nos ofreció opciones. Prácticamente nadie quiso ser parte de la empresa. Los que lo hicieron provenían de orígenes dispares y no se conocían entre si. Sin embargo, el profundo amor a la patria y el desafío de la Antártida nos unió para formar un grupo homogéneo amalgamado por ideales comunes que nos hermanaron.

Los pertrechos de la expedición se acumularon en un depósito de la calle Cerviño. Allí trabajaron todos sin distinciones, recibiendo, clasificando y encajonando lo que íbamos a llevar. Ninguno recibió ni pidió compensación algún ni reembolso por sus gastos en benefició de la empresa. Comían en una fonda cercana, no porque la comida fuera buena, que lo era, sino porque costaba menos.

¡Que orgulloso me siento por haber sido uno de ellos!

A pesar de todos los presagios negativos el Santa Micaela llego a Bahía Margarita transportando a la Expedición, su tripulación colaboro en la instalación de la base y regreso al Puerto de Buenos Aires sin haber tenido ningún problema. Creo que fue un milagro y Dios nuestro timonel.

En jornadas extenuantes que a veces llegaron hasta 15 horas, poco a poco se fueron construyendo las casas prefabricadas y se descargaron los pertrechos de la expedición.

Ya instalados en la Base San Martín el Coronel Pujato y yo formamos la 1er Patrulla Polar Argentina. Sin experiencia previa en esas lejanas latitudes, por más que ambos éramos experimentados montañeses, con nuestros trineos y perros comenzamos las exploraciones continentales y recorrimos lugares nunca antes hallados por seres humanos. Señoras, señores, camaradas antárticos. Por supuesto que nosotros no fuimos los mejores, porque en la vida siempre hay alguien que es mejor que uno pero fuimos los primeros y eso nadie nos lo puede disputar.

Esa semilla que se plantó aquel lejano 21 de marzo de 1951 germino generosamente y a dado frutos que nos enorgullecen ante el mundo de las ciencias y de las expediciones polares.

Fuimos ocho vidas argentinas que luchamos con denuedo para establecer esa avanzada en el mayor desierto del planeta y plantar el pabellón nacional en las latitudes mas australes por entonteces.

Posteriormente, otras dos comisiones de patriotas completarían el sueño de todos los argentinos enclavando ese mismo pabellón celeste y blanco en el vértice de la Patria, el Polo Sur.

Una fue “Operación 90” comandada por el entonces Coronel Jorge Leal, hoy General retirado, y otra por el Teniente Coronel Víctor Hugo Figueroa, también ahora General y Director Antártico. Este viejo antártico saluda y rinde tributo a ambos y a quienes los acompañaron.

Así voy recordado lo que inspiradamente dijera el Gol Hernán Pujato: “en el sudario blanco de los hielos y en el azul de los hielos antárticos está en gigantesco tamaño nuestro pabellón”. Pareciera una visión grandiosa y solemne de la Patria perdurando a través de los siglos, con la grandeza de los valientes, la dignidad de los honrados con la gloria inmaculada del gran Capitán de los Andes, Don José de San Martín.

En este acto de hoy he entrecerrado mis ojos y he vivido en un instante aquellos tiempos de duro bregar en la Base San Martín, sirviendo a mi amada patria. Como se ahonda el corazón evocando épocas pasadas tan trascendentes. Por eso vuelven redivivos los nombres de quienes se sacrificaron para, valga la expresión, engrandecer el territorio nacional. Aunque ya no estén con nosotros su recuerdo si lo está y quisiera que mis palabras vayan con una medalla evocativa a prendérseles del pecho.

Ellos arriesgaron todo, no pidieron ni aceptaron nada. Su premio fue la satisfacción del deber cumplido.

Evoco su memoria en este homenaje nombrándolos a todos:

Empresarios que donaron el uso del barco Santa Micaela:

-Dr. Carlos Pérez Companc

-Dr. Jorge Pérez Companc

Miembros de la expedición:

-Grl Div Hernán Pujato

-Dr. Hernán González Supery

-Subof My Aroldo Riella

-Subof My Lucas Serrano

-Dr. Ernesto Gómez

-Sr. Ángel Abregú Delgado

-Sr. Antonio Moro

También;

-Tcnl Luis Roberto Fontana (Oficial de enlace-Regresó a Buenos Airees, gestionando la creación del IAA)

– Capital de Ultramar Santiago Farrell (Capitán del Carguero Patagónico Santa Micaela)

VIBRE PARA USTEDES UNA SONORA DIANA DE CLARINES VENCEDORES HACIENDO FLAMEAR LOS COLORES DE NUESTRA VENERADA BANDERA.

En cuanto a ti, Base General San Martín, en tus helados suelos y glaciares eternos cumplí mi misión con la patria. Gracias por los recuerdos. Pude volver a ti en mis sueños y en este sentido homenaje… ¡Adiós!

Señoras, señores, autoridades presentes… tengo ochenta y ocho años y medio, acompañen el grito de este viejo soldado… un grito que se escuche en todos los confines de nuestra nación.

¡VIVA LA PATRIA!

Jorge Julio Casimiro Mottet

BASM CONSTRUCCION 1951

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