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Territorio imposible, utopías reales (Por Fabio Seleme)

El espacio y lo que no tiene lugar se encuentran naturalmente en atracción por la sola y elemental contradicción de los términos. A partir de la tensión, esta correlación de opuestos reconoce en la dimensión existencial la inversión de las proporciones: a mayor imposibilidad del territorio más realidad de las utopías.  En muchos sentidos, esta relación antitética y coligada es la fuente constitutiva de la Patagonia y lo patagónico. 

El hecho originario del que hablamos es desarrollado con profundidad en una de las mejores piezas de la literatura argentina: “Peregrinación de Luz del Día”. En el extraordinario texto híbrido de Juan Bautista Alberdi “Luz del Día” es el nombre con el que la Verdad, cansada de vivir en Europa, viaja de incógnito al nuevo mundo. En su excursión novelesca, la Verdad pasa por distintas aventuras y experiencias que le sirven a Alberdi para explorar sus obsesiones y confrontar ideas propias y de sus adversarios.  Las características y organización de una extravagante república utópica llamada “Quijotanía” es la excusa que le permite al pensador tucumano meterse, por caso, con uno de esos temas que le resultan recurrentes: el poblamiento y el territorio.  “Quijotanía” no se ubica en cualquier parte. Está situada en la Patagonia, a la que la novela describe como “aquel mundo favorito de los ensayos temerarios, de los experimentos fantásticos, donde todas las utopías se ponen a la prueba, y donde los más cuerdos se vuelven un poco Don Quijotes.”

Determinada en la configuración narrativa decimonónica como el horizonte insondable y el abismo inabarcable e inhabitado del confín del mundo, la Patagonia es el territorio de las utopías simplemente porque es esa “tierra de nadie” a hacer propia y el desierto a poblar. Y el “poblar”, que siempre es poblar el desierto en el pensamiento de Alberdi, es determinado como un complejo concepto que consiste en “Hacer que el desierto prometa al poblador”. Es decir, que poblar es para Alberdi la expresión biopolítica de la utopía.

De este modo, la más fabulosa revelación del texto de Alberdi es que la utopía (promesa del desierto) es la forma de ocupar y habitar la Patagonia.

Así sucedió ya en 1780 con la colonia de Floridablanca, la utopía ilustrada de los Borbones establecida cerca de San Julián, que pretendió plasmar en la estepa de la meseta santacruceña un ensayo poblacional igualitarista basado en el trabajo agrícola. También el pensamiento utópico motorizó en 1865 a los colonos que llegaron a Chubut con la idea de Michel Daniel Jones de construir “una nueva Gales más allá de Gales» en el aislamiento patagónico, que les permitiera conservar su lengua, su cultura y su religión. Del mismo modo, que fue el sueño profético de Don Bosco el que trajo a los salesianos. Y por supuesto que, el proyecto de Eduardo Wilde y Roca que instaló en Tierra del Fuego una colonia penal con el fin de que se autoprodujera en el tiempo como una sociedad espontánea y virtuosa, tuvo la misma naturaleza de idealidad.

En la trama esteparia y andina, la imaginación utópica es la urdiembre que coloniza lo inhóspito. Aún a riesgo del desvarío. Porque como se verifica en el alberdiano Quijote, la soledad de la Patagonia deja entera libertad soberana de ensayar “todas las locuras imaginables en materia política y social”. En este modo delirante, el “Reino de la Araucanía y la Patagonia” de Orélie Antoine de Tounes fue a su modo un experimento utópico cuya demencia monárquica reconoce línea sucesoria hasta el día de hoy. Del mismo modo que lo fueron la “República del Bolsón” declarada independiente fugazmente en 1917 o, en la cruenta fiebre del oro, El Páramo de Julio Popper con su excéntrico acuñamiento de moneda propia.

En medio de muchos giros y meditaciones pesimistas hay en “Peregrinación de Luz del Día” una promisoria revelación para la Patagonia, a la que nunca conoció su autor. “El suelo pobre produce al hombre rico” dice Alberdi. Porque sobre el desierto la utopía trae la consecuencia del trabajo. Y en esta producción transformadora el hombre se produce a sí mismo y se hace definitivamente libre. Algo de esto que decimos sirve para explicar por qué la utopía libertaria de los anarquistas de la década del veinte tuvo su expresión más concreta en las estancias patagónicas. Y así se entienden también otros experimentos con las libertades en nuestra tierra. Como los de la utopía tecnológica del proyecto Huemul y toda la secuela de instituciones científicas y técnicas de Bariloche, por ejemplo. Por su parte, la ciudad industrial del Nahuel Huapi de Bayley Willis o la sociedad industrial de base tecnológica de la ley 19.640 en Tierra del Fuego, también pueden enumerarse entre éstas. Y por supuesto que “Malvinas”, es igualmente utopía y emblema de las libertades soberanas que le faltan a la patria.

Pero si como quiere Alberdi la invitación del desierto es a la producción, la libertad o el desvarío, lo ha sido no sólo para los grandes proyectos sino también para los miles de migrantes que vinimos a la Patagonia con nuestra pequeña utopía íntima e individual. De un trabajo, de una vida mejor, de una patriada o de una aventura, que diera cuerpo al sueño que nos movía.

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