La emprendedora Lola Müller celebró un hito histórico para la producción local: la pitina de oveja tipo friulana, elaborada en Tierra del Fuego, ya tiene reconocimiento nacional y podrá comercializarse con nombre propio en todo el país.
Río Grande.– Un martes por la mañana, entre mates y el inconfundible aroma de estudio de radio, Lola Müller entró finalmente a los micrófonos de La Mañana de la Tecno. “La veníamos buscando hace meses”, bromeó el equipo al recibir a la creadora de Chacinados San Andrés, una marca que hace una década decidió transformar la carne ovina fueguina en un producto de excelencia y hoy acaba de lograr un salto histórico: su pitina tipo friulana fue incorporada al Código Alimentario Argentino.
El anuncio, celebrado por la emprendedora, marca un hito para la producción del fin del mundo. “Para nosotros es allanar el camino a futuros productores. La pitina ya tiene papeles”, resumió con orgullo.
Diez años de un sueño ovino que tomó forma
San Andrés nació como nacen las grandes historias emprendedoras: entre familia, ilusión y mucho trabajo manual. “Hacíamos los productos en casa, para nosotros, para amigos. Un día imaginamos la fábrica y le pusimos un nombre casi sin pensar: San Andrés. Después descubrimos que es el santo de la humildad y los nuevos comienzos. Nos pareció una señal”.
Hoy, la planta de Río Grande produce salame de cordero, la estrella que los posicionó en el mapa nacional, y una línea de chacinados que combina tradición, innovación y sabores locales. “Trabajamos con carne ovina fueguina, que es de primerísima calidad. Lo nuestro es el segundo proceso: darle valor, identidad y una forma nueva a lo que produce la Patagonia”, explicó Müller.
La pitina: tradición italiana reversionada desde el fin del mundo

“Es una receta rústica, casi perdida, que rescataron chefs del movimiento Slow Food. Nosotros buscábamos otro producto ovino, y la encontramos. Después vino el desafío: hacerla respetando la esencia, pero con impronta fueguina”, relató Müller.
Pero la noticia del día fue, sin dudas, la pitina. Un producto ancestral nacido en los montes de Friuli Venezia Giulia, en el noroeste de Italia, donde los arrieros transformaban cortes de oveja en pequeñas albóndigas condimentadas, cubiertas con harina de maíz y ahumadas lentamente.
“Es una receta rústica, casi perdida, que rescataron chefs del movimiento Slow Food. Nosotros buscábamos otro producto ovino, y la encontramos. Después vino el desafío: hacerla respetando la esencia, pero con impronta fueguina”, relató Müller.
La pitina de San Andrés lleva:
Jamones, lomos y cuartos de ovino seleccionado
Tocino, para conservar humedad
Enebro, la especia identitaria del Friuli
Ají molido, coriandro y otros aromas propios
Una cobertura de harina de maíz
24 horas de ahumado en frío
La prueba de fuego llegó inesperadamente: turistas friulanos de paso por Tierra del Fuego. “Nos llamaron para avisarnos que iban a probarla. Nosotros nunca habíamos probado una auténtica, solo por videos. Fue nuestra prueba más exigente… y la aprobaron”.
Tres años de trámites, laboratorios y normativas
El camino regulatorio fue largo: tres años, análisis bromatológicos en distintos puntos del país, consultas internacionales por la denominación de origen y el riesgo de tener que renunciar al nombre.
“Nos dijeron: ‘quizás no pueda llamarse pitina, piensen otro nombre’. Pero logramos sostenerlo: ‘pitina tipo friulana’, respetando origen y normativa. Para nosotros era fundamental mantener la historia”.
La resolución final se firmó la semana pasada: la pitina fueguina ya integra el Código Alimentario Argentino y el reglamento sanitario de SENASA.
De Río Grande al país: una marca que crece
Chacinados San Andrés vende mayorista a carnicerías y comercios de Río Grande, Tolhuin y Ushuaia, y también comercializa box especiales con productos combinados, sumando quesos de oveja de la Misión Salesiana.
Además, la marca viene de destacarse en Caminos y Sabores, en Buenos Aires, donde fue elegida por medios nacionales entre más de 500 expositores. “A nivel nacional, con planta habilitada y sello de calidad, estaríamos siendo los únicos en ofrecer ovino de esta forma”, subrayó Müller.
Una empresa familiar que apuesta a la identidad
Detrás del proyecto están Lola, al frente de la administración y compras; Javier Acevedo, maestro charcutero y responsable del desarrollo de recetas; los hijos que colaboran en redes y producción; y un equipo estable de trabajo que sostiene auditorías, documentación y controles.
“Es mucho esfuerzo, pero también mucho orgullo. Rescatar tradición, identidad y sumar valor desde el fin del mundo es nuestra manera de aportar al desarrollo de la provincia”, cerró Müller.

















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