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Más vale prevenir que curar: la cosa es en otro país

Hecha la aclaración, puede que el tema le interese a alguien. (Parte I)

 

Por Sergio Osiroff (*)

 

La cuestión es que un conocido me escribe un largo mensaje desde el extranjero, que me atrevo a reproducir parcialmente. Muy parcialmente porque, de tan extenso, me he extraviado como ante un discurso de feriado oficial. Me refiero a esos andamiajes infinitos de retórica ampulosa, en que no hace falta sino cambiar las fechas para que las mismas palabras engoladas puedan servir tanto para la autocelebración de una subdirección de generalidades, como de una secretaría de algo o un instituto universitario de conocimientos varios.

Y así como la misma sucesión de palabras interminables, puede desempolvarse para la sucesión de festejos conmemorativos de las más diversas reparticiones (todas ellas imprescindibles para la gestión prescindible de lugares comunes), el mensaje recibido, aunque también inconmensurable y además escrito desde otro país (cosa que recalco), no ha dejado de parecerme interesante, aclarando tajantemente que el suscripto no coincide para nada con su contenido ni formas, y que ante el menor cuestionamiento se rinde en forma incondicional, para aclarar (y declarar) que “yo no fui”.

 

Vivir con lo vuestro

 

Me dice mi conocido: “en este país, la aristocracia está profundamente dividida. Por un lado, están los del “Frente de Soros”. Por el otro, los de “Soros por el Cambio”. Ambos grupos de la nobleza responden, por supuesto, a dos miradas económicas inconciliables. Los primeros generan recursos económicos genuinos a través del fotocopiado local de billetes. Los segundos, prefieren manguear los billetes en el extranjero. Coinciden, no obstante, en el noble propósito de deshidratar a los vasallos que (aún) trabajan. Siervos a quienes dejan sin posibilidad, hasta el momento, de rehidratación. Hechos polvo para no hornear. Que es de lo que quiero hablarte, justamente”.

 

Rápidos y sensibles

 

“El Frente de Soros tiene la licencia de la sensibilidad social. Hay quien dice (la gente es mala y dice cosas) que se trata de una izquierda feudalizada, de argumentaciones y propósitos tan difusos que se parece bastante a esas pizzerías de nombres conchetos y falsamente rústicos, en que si uno pide una napolitana, el mozo pregunta si la queremos con ajo, para finalmente llegar fría a la mesa y con el mismo gusto que una de muzzarella, pero coloreada. Ni el rojo (e izquierdoso) tomate le puede cambiar el sabor. La masa sale como si en la cocina recibieran instrucciones directamente de Brooklyn o Long Island, aunque los dueños de la licencia reiteran que se trata solo de una sensación, jurando (y poniendo a las viejas de los demás por testigos) que jamás considerarían receta alguna proveniente de esos lugares o sus aledaños. Eso si, no vaya uno a pedirles una especial de anchoas, que pueden confundir con salmón rosado (color también ligeramente más aceptable para sensibles de fortuna). Mucho menos un vaso de moscato y sifón. Conocen solo de aguas finamente gasificadas. Y encima no hay fainá, o les sale finita y sobrecocida. En fin, no obstante todo ello, como son los titulares de la franquicia, no dejan entrar a pizzeros que entiendan algo y demuestren voluntad de hacer pizza como la gente. Y para la gente”.

 

No atajan una

 

“Los de Soros por el Cambio, en tanto, son como una derecha a la que le da cosita, de modo que las pocas veces que son gobierno, se la pasan aprendiendo a respirar. Cuestión de tomar aire. Todo el aire que no aspiraron por abstenerse de patear calles cuando era tiempo de hacerlo. Hablando en fúlbo, es como si se la pasaran gambeteando en el campo contrario hasta que, al llegar a la línea de fondo, están tan mareados que no ven el arco. Y allí les da por meter goles en contra, que es más fácil”.

 

Calesita usada. Joya

 

“La gente de este lugar, al igual que la del resto del mundo, es en general todo lo vaga o trabajadora que puede o que la realidad le permite. Tampoco es tonta. O no tan tonta, si se quiere. Sabe que la plaza del barrio tiene todos los juegos rotos, que va a tener que pagar por la reparación que nadie hará, y que además alguien cobrará por ese trabajo que obligatoriamente se pague y no se haga.

Con todo ello, prefiere que al parque lo gestionen los aristócratas del “Frente de Soros”. Es cierto que, cada tanto, la misma gente se apesta de decencia y le da por preferir a los de “Soros por el Cambio”. Pero no falla: no pasa demasiado tiempo sin que estos últimos choquen la calesita, que era lo único que más o menos seguía andando en la plaza. Y allí es donde se convoca de nuevo a los primeros. Lo cual es absolutamente lógico: al menos, ellos conocen la diferencia entre una hamaca y un subibaja. Y saben hacerle la calesita a los vecinos. Con sortija incluída”.

 

Aclarando, que oscurece

 

La necesaria brevedad de una nota como la presente, destinada a ser reproducida por un medio de cuya generosidad no se desea abusar, nos obliga a recortar extensos párrafos del mensaje de nuestro conocido extranjero. Seguramente son los más jugosos. Como a buen académico inmerso en la posmodernidad, al suscripto se le suelen escapar las tortugas más lentas. Cosa inevitable en quien concentra su tiempo más en los memes, categorizaciones y consignas, que en los textos y la realidad misma.

Sigue: “la cosa es que siendo tan diferentes, ambos espacios aristocráticos tienen no obstante algunas coincidencias, llamativamente sustanciales. Hablamos de concordancias al margen de sueldos, viáticos, fondos para batallones de asesores, viajes de turismo a congresos, más demás contrapestaciones por sus imprescindibles servicios, temas sobre los que normalmente no discuten nada entre sí. Acordar, en principio, no es malo, y hasta lo podríamos calificar como “Política de Estado”, con mayúsculas. No obstante, los vasallos suelen dudar si es bueno, o si es muy malo, que nuestros señores feudales acuerden políticas comunes”.

 

Viraje ecologista

 

“Te explico. Vos sabés que, hace más o menos cincuenta años, los republicanos de Estados Unidos decidieron dar término a las guerritas que se llevaban ingentes recursos públicos, uso de desfoliantes, gases naranjas y napalm, entre otras lindezas de las que gustaba el partido identificado antiguamente con la defensa de la esclavitud, conocido popularmente como Demócrata. Hoy más dado a resarcirse de sus antiguos desvaríos, mediante la promoción y especialmente el financiamiento de grandes metas globales por el bien de la humanidad. Guerras aquellas, hay que reconocer, llevadas a cabo en el idealismo de proyectar la democracia hasta el último recodo del universo, pero a las que había que poner término dados los efectos secundarios. Y fue allí que el mundo democrático se decidió por apuntalar el uso de aquella herramienta, hasta entonces vaga o menos explícita, destinada a acabar de una buena vez con la pobreza. Casi que a erradicarla, en un sentido textual. Pero sin tanques”.

 

Menos bocas para la mesa del hambre

 

“En buen romance, si los panes no se multiplicaban, que al menos no se multiplicaran las bocas. Gente tierna. Esta maniobra fue claramente identificada por algunos sectores políticos y del pensamiento, de la mayor diversidad ideológica.

Para dar un ejemplo, por el uruguayo Galeano de los 60, que antes de sumarse a la lista de arrepentidos, en “Las venas abiertas de América Latina” afirmaba que “El sistema es muy racional desde el punto de vista de los dueños extranjeros y nuestra burguesía de comisionistas. Lo que sobra es gente. Y la gente se reproduce. El sistema vomita hombres. Las misiones norteamericanas esterilizan masivamente mujeres …, pero cosechan niños; porfiadamente, los niños latinoamericanos continúan naciendo, reivindicando su derecho natural a obtener un sitio bajo el sol en estas tierras espléndidas que podrían brindar a todos lo que a casi todos niegan”.

 

La derecha tiene quien la exima: la nueva izquierda

 

Sigue nuestro agotador amigo extranjero: “el tema es que, cincuenta años después, a la izquierda de mi país le ha dado por cumplirle los sueños a la derecha. En buen romance, quien hizo una revolución verdadera fue el capitalismo de establishment. Se puso tan revolucionario que, a los influencers de buenas causas e intenciones, que son como un rebaño difuminado alrededor de la sastrería de izquierda (la insurrección les pasa mayormente por las remeras), se los metieron en el bolsillo”.

 

Los duros ya no tienen cara

 

“La revolución consiste en abandonar el capitalismo típico de industriales con fábricas o empresarios especializados en rubros comerciales, todos con ganas de sacarle el mayor jugo posible a sus negocios (y a los empleados suyos, ¡pero de ellos!, con nombres y apellidos), reemplazándolo por una suerte de capitalismo financiero y político, en que es el dinero el encargado de multiplicarse a sí mismo. Este nuevo capitalismo ha delegado en la izquierda la importantísima tarea de proveer entretenimiento a las masas, conformadas a su vez por seres que, en el mejor y minoritario de los casos, tienden a reemplazar sus nombres y apellidos por usernames y passwords. Del caso mayoritario, mejor no enterarse. Gente que está en el borde de dejar siquiera de ser un mal necesario, porque la fábrica, el comercio y los servicios productivos ya no son herramientas que modelen al nuevo sistema. En otros términos: la gente le sobra al nuevo modelo, y encima afecta a la ecología. En ese contexto, cada vez se conoce menos de quién son las empresas, a la par que se multiplican los fondos de inversión sin rostros, mientras los políticos hacen de “bartenders”, recibiendo propinas por preparar tragos de dinero que consumirán los dueños del mundo, pero a pagar por quienes queden afuera del sistema. Es decir, la gente común, tenga o no contraseña”.

 

Bajá un cambio: primera persona del singular

 

Es agotador el mensaje, tal como puede comprobarse. Durante su lectura, no tardé demasiado en advertir claramente cuál era el tema que lo acuciaba.

 

Sorprendeme

 

No esperaba entonces más que la prolongación de su queja, hasta que en la mirada rápida del resto del mensaje apareció la palabra que no esperaba: inquisición.

Y resultó que mi conocido tenía un proceso abierto por la Inquisición Nacional Administradora De Ideas, organismo oficial que, en su país, tiene por objetivo garantizar la libre elaboración de ideas verdaderas. La carátula de su expediente lo dice todo, por “incitación al crimen de odio”.

¿Qué había sucedido? Simple: su arrogancia lo había traicionado, publicando en su blog una nota personal (en rigor una ficción, dadas sus veleidades literarias) sobre un tema del que no se debe hablar toda vez que, en su país, hacerlo puede resultar ofensivo y estimular el cercenamiento de derechos.

 

Yo, argentino

 

Me asegura que solo se trató de un mal sueño que quiso compartir. Un camelo. Lo conozco bien. Sé perfectamente que se trata de puro narcisismo. Nadie enfrenta cargos por alentar el odio, sin haber pensado mal. Y peor si publicó su equívoco razonamiento en una red social. La inquisición de su nación, remasterizada por el puritanismo y, por lógica, prescindiendo hasta de los procedimientos legales de la antigua, ha logrado por ley que las opiniones y pensamientos no autorizados, publicados en redes sociales, releven de pruebas a los jueces a la hora de emitir condena. Ni siquiera las ficciones actuales son excluídas por los inquisidores. Cosa naturalmente lógica ya que, literariamente hablando, son en general como leer compilaciones de ponencias de congresos académicos, de modo que solo se vuelven interesantes (amén de entendibles), leyéndolas más del revés que del derecho. Las viejas guías telefónicas eran más entretenidas. Pero he allí el peligro, porque si por los long play de rock de los setenta entraba Satanás, por las ficciones de hoy entra el odio. Ninguna medida patrullera es escasa al respecto.

 

Lo malo, si breve, menos malo

 

Nunca mejor dicha esta expresión, como se verá. Para ello, solo reproduciré una parte (a mi juicio insustancial) de su publicación en el blog. Aunque será en una próxima entrega.

Paso a paso, tal como sostiene un reconocido pensador empirista argentino. De los que orejean a la realidad desde el estaño. Es decir, desde la realidad misma.

 

(*) Sergio Osiroff: Ingeniero pesquero – Docente de la UTN Facultad Regional Tierra del Fuego – Marino Mercante.

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